
El grafiti en Bogotá: de arte subterráneo a movimiento social
A propósito del Día del arte urbano, descubre cómo el grafiti en Bogotá ha pasado de ser una expresión subterránea a un movimiento social y artístico, enriqueciendo la identidad cultural de la ciudad.
Por: Astrid Ávila Castro
El grafiti es una forma de expresión que ha acompañado a la humanidad por miles de años. Desde las inscripciones en las paredes de las cuevas prehistóricas hasta las primeras pintadas espontáneas en las calles de las ciudades modernas, el grafiti ha sido una herramienta utilizada para comunicar ideas, sentimientos y mensajes políticos. Este fenómeno, que ha evolucionado a lo largo del tiempo, ha sido un reflejo de las sociedades y culturas en las que ha surgido, al tiempo que ha intentado desafiar lo establecido.
El término “grafiti” proviene del italiano “sgraffio”, que significa “rayar”, y se refiere a cualquier tipo de inscripción o dibujo realizado en una superficie. Aunque hoy en día se asocia con una expresión urbana y moderna, su historia es mucho más extensa. En la antigua Roma, por ejemplo, las paredes de Pompeya estaban llenas de inscripciones que reflejaban la vida cotidiana, los pensamientos políticos e incluso los chismes de la época. A lo largo de los siglos, el grafiti ha aparecido en diferentes culturas y contextos, siempre como un medio para expresar lo que no puede decirse a través de los canales oficiales.
Con la llegada de la modernidad, comenzó a ser empleado como una herramienta de protesta y resistencia. Este uso del grafiti como un medio para desafiar el orden establecido se convirtió en un elemento central de los movimientos sociales de los siglos XIX y XX, particularmente en momentos de crisis política y social.
El auge mundial del grafiti y su llegada a Colombia
El grafiti moderno, tal como lo conocemos hoy, comenzó a tomar forma en la década de 1970 en Nueva York, en el contexto de la cultura hip hop que estaba surgiendo de los barrios marginales de la ciudad. Este movimiento cultural, que incluía la música, el baile y el arte urbano, lo utilizó como una forma de expresión de la identidad y las luchas de las comunidades afroamericanas y latinas que vivían en condiciones de pobreza y exclusión social. A través del grafiti, estos jóvenes artistas encontraron una manera de reclamar su espacio.
En Colombia, el grafiti comenzó a hacerse visible durante los años 70 y 80, en un contexto de gran agitación social y política. Bogotá en particular se convirtió en un escenario clave para este tipo de expresión. Según el Diagnóstico Graffiti Bogotá 2012: “Bogotá tuvo en los años 70 un fuerte movimiento de grafiti de consignas estudiantiles, guerrilleras y de oposición política que usaron el grafiti para transmitir sus ideales”. Estas primeras manifestaciones en la capital estaban vinculadas con las luchas políticas del momento, cuando los estudiantes y los movimientos de oposición utilizaban las paredes de la ciudad para comunicar sus mensajes de resistencia.
El grafiti en Bogotá: de la cultura hip hop a la protesta social
Este movimiento encontró un terreno fértil en Bogotá, una ciudad que también enfrentaba profundas desigualdades y tensiones sociales. En entrevista con Radiónica, Santiago Castro, escritor de grafiti y artista plástico, explicó que “el grafiti de escritura tiene que ver con la llegada del hip hop a Bogotá sobre los años 80”, ya que en ese momento el grafiti comenzó a transformarse en una herramienta para la autoexpresión y la creación de identidad entre los jóvenes de la ciudad.
El estilo conocido como “writing“, que consiste en escribir nombres o palabras estilizadas en las paredes, se convirtió en una forma popular de expresión en Bogotá. Según el Diagnóstico Graffiti Bogotá 2012, “el writing en Bogotá se mueve sobre todo en la calle, andenes, las paredes, ventanas, rejas de comercio, muros de contención y un sinfín de sustratos arquitectónicos de la ciudad son sus soportes”. Este tipo de grafiti, que se caracteriza por su repetición y su presencia en las principales avenidas de la ciudad, contribuyó a la creación de una propuesta única que distingue a Bogotá en la escena global.
A pesar de su crecimiento y popularidad, el grafiti en Bogotá seguía siendo visto como un acto de vandalismo, y sus artistas enfrentaban la constante amenaza de la persecución legal y la violencia policial. Esta tensión alcanzó su punto máximo en 2011 con el asesinato de Diego Felipe Becerra, un joven de 16 años que fue asesinado por un policía mientras realizaba un grafiti en la localidad de Suba. Esto desató una ola de indignación en la ciudad y llevó a las autoridades e instituciones estatales a replantear su postura frente al arte urbano.

El caso Diego Felipe Becerra cambió la historia del arte urbano
Diego Felipe Becerra marcó un antes y un después en la historia del grafiti en Bogotá. El joven de 16 años fue asesinado por un policía bajo circunstancias que luego se demostrarían como fabricadas, ya que el oficial intentó justificar el asesinato alegando que Diego Felipe había participado en un robo, una acusación que resultó ser falsa. Este hecho evidenció la criminalización y la estigmatización que enfrentaban los grafiteros en la ciudad.
Este asesinato se convirtió en un símbolo de la lucha por el reconocimiento del grafiti como una forma legítima de expresión artística, y no como un acto de vandalismo. En respuesta a la indignación pública, en 2013 se promulgó el Decreto 75, que buscaba regular la práctica del grafiti en Bogotá. Este decreto, por el cual se promueve la práctica artística y responsable del grafiti, fue un intento por parte del gobierno local de encontrar un equilibrio entre la necesidad de proteger el espacio público y el derecho de artistas urbanos a expresarse libremente.
El Decreto 75 de 2013 fue un hito importante en la historia del grafiti en Bogotá ya que reconoció formalmente el valor cultural y artístico del grafiti y estableció zonas autorizadas para su realización. Además, promovió su práctica responsable, fomentando el diálogo entre los grafiteros y las autoridades locales para evitar conflictos. Sin embargo, esta normativa también fue criticada por algunos sectores de la comunidad artística, que argumentaban que cualquier forma de regulación socavaba la esencia subversiva y contestataria de esta expresión urbana.
Evolución del arte urbano
A partir del Decreto 75, el grafiti en Bogotá empezó a ser visto con nuevos ojos. Ya no se trataba únicamente de un acto de rebeldía juvenil, sino que empezó a ser reconocido como una forma de arte urbano con un profundo significado cultural y social. Según Gama-Castro y León-Reyes en su artículo Bogotá arte urbano o graffiti. Entre la ilegalidad y la forma artística de expresión (2015), “el grafiti en Bogotá ha evolucionado desde una actividad marginal hasta convertirse en una forma reconocida de expresión artística”. Esta evolución ha motivado su salida de los márgenes de la sociedad y posibilitó su ingreso en las galerías de arte, los festivales culturales y los circuitos turísticos.
Desde los años 2000 el fenómeno del grafiti se expandió a otras partes del mundo. Eventos como el Upfest en Bristol, el Montreal Muralfest y el Wynwood Walls en Miami han sido fundamentales para transformar su percepción, llevándolo de las calles a las galerías y dándole un reconocimiento que trasciende las fronteras nacionales.
A lo largo de estos años, en Bogotá se han organizado varios festivales que han destacado la creatividad y el talento de artistas locales e internacionales. Entre ellos, el Festival Internacional de Arte Urbano y el Festival Distrito Grafiti. El primero, lanzado en 2022, ha sido una plataforma para la participación de artistas de diversas partes del mundo, y ha estado vinculado a iniciativas como el Museo Abierto de Bogotá, que busca recuperar y embellecer espacios públicos a través del arte urbano.
El Festival Distrito Grafiti, que ha tenido varias ediciones desde 2016, se enfoca en transformar áreas específicas de la ciudad, como la zona industrial de Puente Aranda, en galerías al aire libre. Esta actividad ha atraído a artistas de países como Bélgica, Francia y España, y ha sido clave en la revitalización de espacios urbanos mediante la colaboración entre los sectores público y privado.
Hoy en día, Bogotá es reconocida como un epicentro del grafiti a nivel mundial. Las paredes de la ciudad se han convertido en libros donde se cuentan historias de resistencia, amor, crítica social y reivindicación cultural.
El recorrido del grafiti en Bogotá, desde sus orígenes como una manifestación subterránea hasta su reconocimiento como un movimiento social y artístico, es un testimonio del poder de la expresión urbana. En palabras de Jeffer Carrillo: “El artista callejero, el grafitero, debe seguir en su marginalidad, en la invasión del espacio sin permiso, porque finalmente esto es lo que lo hace real”. Esta autenticidad es la que ha permitido que el grafiti en Bogotá sobreviva y florezca, convirtiéndose en una parte integral de la identidad cultural de la ciudad.