Alejandra Jaramillo junto a la academia de la lengua
Crédito: Alexa Rochi

“Acepto el todos, todas y todes, y lo que se necesite para que los seres humanos sientan que pertenecen a una lengua”: Alejandra Jaramillo, nueva integrante de la Academia Colombiana de la Lengua

  • La escritora, crítica literaria y profesora de escritura bogotana Alejandra Jaramillo Morales se posesionó como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua, junto a otras seis mujeres y cinco hombres. Su tarea será el estudio de la lengua, sus transformaciones y el fomento de la literatura.

Transformación, esa es una de las palabras que más le gusta del español a la escritora, crítica literaria y profesora bogotana Alejandra Jaramillo Morales, quien acaba de posesionarse como Miembro Correspondiente de la Academia Colombiana de la lengua. 

Es una de las siete mujeres y cinco hombres elegidos como nuevos académicos, entre 27 candidaturas, y que se ocuparán del estudio del idioma nacional, el fomento de la literatura y asesoramiento en el uso de la lengua. “Es un orgullo para mí, pues no han sido muchas las mujeres que han llegado a lo largo de la historia -dice la catedrática-. Me halaga estar en un grupo de personas donde se asume una mirada más incluyente. Ser nombrada al lado de Bárbara Muelas, profesora de lenguas indígenas, y Mary Grueso, una poeta afro, refleja un momento distinto, muy importante y que responde a una necesidad”.

Creada en 1871 por intelectuales como Rufino José Cuervo y Miguel Antonio Caro, la colombiana es la más antigua de las 23 academias correspondientes de la Real Academia Española. Pasaron 107 años para que una mujer ingresara, cuando eligieron como Miembro Correspondiente a la poeta y periodista Dora Castellanos, en 1978. Cuatro años más tarde escogieron a la escritora Elisa Mújica en la misma categoría y en 1984 ascendió como Miembro de Número. 

“La Academia tiene dos instancias: los 25 de Número son los que tienen voz y voto en las decisiones -explica Jaramillo-. Los Correspondientes son personas alrededor, que acompañan en temas, pueden hacer investigación, pero solo con voz. Cuando se va a elegir representantes de Número, salen de los Correspondientes”. 

Después de que uno de los Miembros de Número postula una hoja de vida, pasa a estudio y pueden transcurrir varios años durante los que se evalúa la trayectoria del candidato, hasta que tienen suficientes nombres idóneos para realizar la votación. Hace dos años, que hicieron otros nombramientos, entraron, entre otros, el escritor Juan Gabriel Vásquez y la profesora de lingüística Constanza Moya, de la Universidad Nacional.

Alejandra Jaramillo

Foto: Alexa Rochi

La lengua no es un elemento de museo, está en constante transformación y responde al entorno, a los cambios históricos y sociales; de eso está convencida Alejandra y por eso mismo no asume la tarea de ‘vigía’ de la lengua como camisa de fuerza: “Las academias de los diferentes países trabajan para incluir vocablos de sus regiones, para pensarse las formas del habla que va transformándose. Cuando me pidieron hacer mi promesa, dije que cuidaría la lengua, pero también para transformarla pues me parece que una lengua debe estar en permanente conversación con sus hablantes de cada época, con las necesidades de los seres humanos. Lo más importante es que nos sintamos incluidos e incluidas en la lengua. Es un trabajo pensarse cómo debemos aceptar y ampliar las formas de usar la lengua”. 

Completan el grupo de nombramientos como Miembros Correspondientes: Carmiña Navia, ganadora del premio Casa de las Américas 2004; la novelista y crítica literaria Cecilia Caicedo Jurado; la novelista, poeta, periodista y diplomática María Clara Ospina y Ángela Camargo Uribe, profesora de la Universidad Pedagógica Nacional, con doctorado Interinstitucional en Educación. Además, el fundador de la Feria Internacional del Libro de Bogotá y expresidente de la Cámara Colombiana del Libro, Jorge Valencia Jaramillo; el doctor en antropología Carlos Granés Maya, el crítico Álvaro Pineda Botero, el director teatral José Luis Gómez y Enrique Serrano López, escritor, ganador del Premio Juan Rulfo 1996.

Para Alejandra Jaramillo, las transformaciones políticas del entorno también se reflejan en la lengua y es fundamental el reconocimiento del otro desde su manera de hablar, de sus tradiciones: “Un país como Colombia tiene muchas formas del habla y no tienen porqué ser unas adecuadas y otras erradas pues somos seres plurioriginales. El tema es incluir diversidades y fijarse cómo esas diversidades proponen otras formas. Tenemos la tragedia de que no crecimos con nuestras lenguas indígenas, pero de alguna manera tenemos en algún lugar del alma formas de entender el mundo relacionadas con eso. Así hayan sido silenciadas, no han desaparecido por completo. La manera de usar y habitar la lengua es distinta y lo vemos en países donde la presencia indígena es más fuerte. Tenemos muchos orígenes y debemos darles valor a las diferentes maneras de nombrar las cosas. Desde hace once años que vivo en una relación con un alemán que aprendió español en España y luego se vino a Latinoamérica. Ya entendí que cuando le voy a contar cómo se dice algo, estoy hablando de mí, en mi pequeño contexto”.

La nueva integrante de la Academia estudió filosofía en la Universidad de Los Andes, maestría de artes y el doctorado en literatura y cine latinoamericanos en la Universidad Tulane, de Nueva Orleans (EE.UU.). Actualmente es profesora de escrituras creativas y Directora Nacional de Extensión, Innovación y Propiedad Intelectual de la Universidad Nacional. Su producción literaria es amplia. En 2017 ganó el Concurso Nacional de Novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín, con su libro de relatos «Las grietas». Al año siguiente estuvo nominada al Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez.

Por estos días está lanzando «Luna de agua», una novela inspirada en la primera sacerdotisa de culto de los muiscas: “Investigué mucho sobre los muiscas para Las lectoras del Quijote (otro de sus títulos, de 2022), y antes de irme de ese mundo sentí que debía escribir algo para jóvenes. Me centré en la historia de una época inmemorial, cuando los muiscas tenían una visión muy masculina y no había culto a la Luna sino al Sol”. 

Portada del libro Luna de agua de Alejandra Jaramillo

En la obra, un niño y una niña llegan con nuevos conocimientos. Ella trae los femeninos. “En un momento no entienden porqué una mujer trae ese conocimiento y la mandan a hacer un periplo por el Valle de Muykuytan, que es la Sabana de Bogotá, para entender quién es. En ese recorrido llega a Chía y se hace el primer templo a la Luna, donde será la primera sacerdotisa”. 

La apertura absoluta en la experimentación y su aceptación son características de  personalidad e incluso de sus escritos: “No suelo estar corrigiendo el habla de nadie y al contrario me interesa descubrir por qué cambian las expresiones, por qué las formas en que yo nombraba algo antes, las nuevas generaciones lo hacen de otra manera o por qué lo que para nosotros era una cosa para ellos es otra”. 

Lo probó viendo crecer a sus hijos, Matías y Libertad, jugando con el lenguaje e incluso respetando la manera distinta en que cada uno aprendió a leer: “Tuvieron su relación propia con las palabras, que para mí, como profesora de universidad, que estoy en contacto con nuevos usos, siempre vale la pena tener en cuenta”. Matías tiene 22 años, es músico, toca cuatro y música venezolana y latinoamericana; está estudiando en Caracas. Libertad tiene 18 y estudia ciencias políticas.

«Luna de agua» se suma a otros títulos anteriores, como «Bogotá imaginada. Narraciones urbanas, cultura y política»(2003), «La ciudad sitiada»(2006),«Acaso la muerte» (2010), «Martina y la carta del monje Yukio» (2015), «Magnolias para un infiel» (2017) y «El canto del manatí» (2019). 

Mientras avanza en la investigación para su siguiente obra, acaba de leer «Los escorpiones», de la española Sara Barquimero, una novela que define como “buenísima y rara, con seres contemporáneos supremamente vacíos, con una relación con las drogas y con la experimentación sobre la vida misma, con momentos históricos anteriores y el surgimiento de ciertas épocas del fascismo”. 

También se sumergió en «Diario de una mudanza», de la argentina Inés Garlan: “Sobre el proceso menopáusico de una mujer, de repensarse a sí misma. Ahora estoy leyendo Las visitantes, de Yurieth Rometo, una escritora afro colombiana (de Santa Marta), con poderosos cuentos de mujeres negras yendo a la cárcel a ver a sus hombres”. 

Para un purista, el uso de emoticones y cierta forma digital podría ser una deformación de la lengua. ¿Hasta dónde se puede permitir o cuándo es un abuso?

Esa es una de las dificultades que uno tiene con un lugar como la Academia: ¿Hasta dónde un grupo de personas puede tomar decisiones sobre millones? Lo que me parece importante es que haya gente que pueda ayudar a ver y transformar, sentir hasta dónde se establece el límite. En mis palabras de posesión hablaba de cómo la literatura, en todo lo que los autores y autoras escriben, lo que hacen es transformar la lengua y la experimentación es llevarla a lugares que no serían gramaticalmente apropiados, pero son rupturas muy importantes, porque la lengua también debe ser un instrumento que permita dar cuenta de la complejidad humana. Soy un ser tan transformador que no veo mucho límite. Para ciertas maneras de comprender el mundo es importante correr el límite de cómo se habla o escribe una lengua. Hay conjugaciones verbales que van desapareciendo en ciertas culturas, por más que uno diga que se debe hablar de cierta manera, a veces no es así. 

Usted tiene una novela digital, «Mandala» (2017), para la que se inspiró en «Rayuela» (de Julio Cortázar). ¿Cómo le fue con ese experimento?

El Miembro de Número de la academia que me recibió, Olimpo Morales, hizo sus palabras sobre lo experimental de hacer una novela que no se lee en papel, que tiene 25 recorridos distintos, que se puede leer aleatoriamente. En colegios y con jóvenes produce un impacto muy interesante pues sienten que no tienen que estar leyendo en la manera obligada ni lineal sino con una nueva forma de acercarse que les parece interesante -obtuvo segundo puesto en el Premio a la Innovación del V Congreso del Libro Digital de Barbastro, España-. 

En alguna ocasión, Mario Vargas Llosa se refería al uso de todos, todas y todes como una deformación pues para él hay un masculino inclusivo en el todos. ¿Usted qué piensa?

Supongo que para él podía ser fácil que ‘todos’ incluía a todas y todes los que no nos sentimos incluidos; porque cuando uno está sentado en el centro de las cosas le es más fácil pensar que desde ahí todo cabe y no todo cabe. Las mujeres hemos intentado hacer entender, por muchísimas décadas, que cuando se dice hombre no se habla de mujeres. Ahora que cada vez hay más una relación y construcción de las identidades, que vienen de tiempo atrás, pero se han vuelto más visibles y reclaman un lugar dentro de la lengua, eso es importante. Acepto el todos, todas y todes, y lo que se necesite para que los seres humanos sientan que pertenecen tranquilamente a una lengua y no a una lengua que los niega, oculta y no los deja ser. 

¿Qué es ser bogotana?

Sentir que no hay otro lugar del mundo que yo tenga grabado en mi piel, que por más que vaya a lugares con cielos hermosos, ríos maravillosos, tengo grabadas estas montañas.



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