El profesor Juan Manuel Zurano dando su clase con alumnos
Foto: SCRD

“Zorongo por bulería”: un viaje sensorial al corazón del flamenco

  • Del 19 de julio al 4 de agosto se llevó a cabo una nueva edición del Festival Flamenco de Bogotá 2024, que contó con profesores internacionales como Juan Manuel Zurano.
  • Entre las actividades del certamen se destacan clases de baile, presentaciones de canto, y diversas propuestas enfocadas a multiplicar los aplausos en los aficionados a este estilo musical.

Escrito por: Juan Diego Bernal Espejo

“(...) La luna es un pozo chico, las flores no valen nada, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan”.

- Federico García Lorca, Zorongo.

Preparativos para “Zorongo por bulería”

¿Alguna vez has sentido que al cerrar los ojos tus sentidos te consumen profundamente y te transportan a un lugar en el que ellos son dueños de ti? Son pocos los escenarios que, a lo largo de mi vida, me han permitido vivir una experiencia semejante, pero sin duda alguna cuando asistí a la clase “Zorongo por bulería” del bailaor, coreógrafo y profesor de flamenco, Juan Manuel Zurano, pude experimentarlo en carne propia.

No sabría ubicar geográficamente el lugar en el que me encontraba inmerso, pues coincido con el profesor cuando minutos antes de su clase me decía: “El flamenco es en sí un espacio geográfico, no importa en qué parte del mundo esté, así no sea mi país (España), siempre he podido mimetizarme y absorber, como si se tratase de un constante fluir”.

El reloj de Casa Valhalla, un espacio cultural ubicado en el Distrito Creativo San Felipe, marcaba las 5:00 p.m., era hora de empezar la clase. En ese momento no era consciente de que el sonido habitual del segundero iba a ser reemplazado por el zapateado, que a partir de ahora no solo cumpliría un rol semejante al de una partitura para orquesta, sino que determinaría el pasar del tiempo al mejor estilo del Big Ben en Londres, justo como lo describe la señora Dalloway, en la novela homónima de principios de siglo XX escrita por Virginia Woolf.

Las primeras palmas en la clase

Clase por iniciar

El salón estaba dispuesto, muros rojos y blancos con cuadros alusivos a ediciones pasadas de festivales internacionales y del Festival de Flamenco de Bogotá, que en esta oportunidad me permitía estar allí. Justo al frente de la puerta principal, varios espejos que cubrían casi en su totalidad el espacio que alguna vez estuvo destinado para ser un simple muro.

Allí estaba Juan Manuel Zurano, ‘Juanma’ como terminé llamándolo después de la clase, recibiendo uno a uno a sus alumnos y reconociendo a quienes alguna vez se ha topado en el camino. Su altura rondaba 1.70, sus piernas estaban cubiertas por una sudadera oscura con una línea blanca en cada costado. Sus zapatos de baile eran de un color negro profundo y un material que me invitaba a pensar que se trataba de gamuza. En el torso tenía una camiseta de la edición 28 del Festival de Jeréz, lo que denotaba su trayectoria y amor por lo que hace. Por último, una chaqueta blanca con capota, que por supuesto con el avanzar de la lección, terminó en el olvido.

Cuando cada bailador en proceso de aprendizaje estaba dispuesto para iniciar con la clase, pude detallar la diversidad de calzados que traían. Algunas personas tenían unos de color rojos, otros negros, otros cafés; pero sin duda todos estaban prestos para plasmar su identidad en el tablao.

Zapatos de baile

La clase se inició y mis oídos no dejaron de estimularse. El zapateado de Juanma, acompañado de sus palmas, eran los que marcaban el paso a paso y buscaban que cada integrante pudiera imitarlos en precisión, intensidad y ritmo.

Bailar para mí es una sensación maravillosa, es poder expresar lo que vivo en mis días más y menos alegres, es poder sacar esa parte y desnudarme para liberar mi sentir, me da igual si es delante de un público, estando solo o con mis alumnos, siempre doy el cien por ciento”. Esta frase invadió mi cabeza cuando vi al docente quitarse la chaqueta y bromear conmigo acerca del sacrificio extra de bailar a 2.600 metros sobre el nivel del mar.

Zorongo y Federico García Lorca

Juanma en primer plano

Mientras que la lección avanzaba, pude darme cuenta de la importancia de la memoria para realizar cualquier arte, pues de la misma forma en que los actores deben recordar los libretos completos en el teatro, los alumnos de flamenco debían memorizar la coreografía, con la diferencia de que si alguno se equivocaba todos los oídos del recinto lo podían delatar.

Juanma, quien comenzó a bailar a los tres años en Sevilla, me contó que era el menor de tres hermanos e hijo de un padre que desde muy niño lo acercó a una boda gitana, razón por la cuál despertó su interés por la música flamenca.

Este, lejos de ser un dato menor, llamó mi atención al ver que en un punto de su coreografía cantó: “La luna es un pozo chico, las flores no valen nada, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan, lo que valen son tus brazos cuando de noche me abrazan”, mientras acompañaba con unos pasos sutiles y con una sensual complicidad de sus manos que enfatizaban palabras como “abrazaban”.

Casi como si mi memoria involuntaria fuera automáticamente activada, recordé al poeta Federico García Lorca y su cercanía con la cultura gitana, luego de esto levanté nuevamente mi mirada y allí estaba Zurano cantando y bailando lo que este máximo exponente de la Generación del 27 española, alguna vez escribió.

Escena de abrazo

Dado mi amor hacia la literatura, el flamenco logró atraparme una vez más, pues me entusiasmé desenfrenadamente cuando vi a cada integrante del grupo interpretar y sentir estas líneas a su manera. Algunas personas mantenían las manos abajo, otros llegaban a la palabra “abrazo” desde una postura cenital; otros mantenían sus ojos cerrados y había quienes mantenían una mirada firme como si quisiesen atravesar el infinito.

Una lección exitosa

Luego de dos horas, y de ver los rostros bañados en sudor, lo que denotaba una entrega y esfuerzo absoluto, llegó el momento de ensayar y armar el rompecabezas coreográfico que hasta ahora habían montado.

Práctica final

Bajo la supervisión estricta del docente bailador, y un acompañamiento de palmas, los estudiantes lograron una sincronía perfecta ante mis ojos, en su semblante podía ver lo que el flamenco significa para quienes se movían a partir de su ritmo frenético.

Haber participado de este espacio me recordó el trabajo invisible que hay detrás de las grandes puestas en escena, de lo mucho que cuesta lograr movimientos precisos y agraciados en grupos numerosos, y de lo injustos que podemos llegar a ser como sociedad al momento de discernir sobre adquirir monetariamente una experiencia así.

Si bien el flamenco nace a finales del siglo XVIII en las ciudades y campos de la baja Andalucía, es una disciplina que le abre sus brazos a todo el mundo y le ofrece un intercambio simbiótico. Pocas veces he visto que en tan solo dos horas de comunión, las personas sonrían, se abracen y quieran perpetuar una tarde en una fotografía, que sería para Juan Manuel Zurano y sus alumnos la muestra de la magia del flamenco, ese estilo sonoro que con sus palmas y taconeos marca los latidos del corazón.

Foto general del grupo



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