La bruja embrujada

Por: Inés de Cuevas - de su libro inédito "Algarabía de risas"

Era una bruja con desparpajo que usaba guantes de renacuajo. Tomaba té con mermelada, comía galletas muy bien tostadas. Por las mañanas leía los diarios y muy temprano se iba al trabajo. No usaba escobas, ni altos sombreros, sino autos caros, buenos pañuelos, zapatillas de fino cuero, cerros de trajes, pieles y abrigos que no cubrieran su hermoso ombligo.

Tenía corceles, grandes mansiones con trenes, yates y seis aviones. Casas de cambio tuvo a montones y en cada Banco diez mil acciones. Cincuenta haciendas de buen ganado, vacas de ordeño en los pastizales y largas cuadras de platanales.

Nunca sabía de hechizos malos. No hacía la magia. Ningún brebajo. Y a los apuestos chicos del barrio los imantaba de arriba abajo. Iba a las tascas y discotecas, fumaba puros de alta etiqueta. Y en otras fiestas..., la astuta vieja, bebía su whisky de data añeja.

Esta brujilda, tan embrujada, que de hacendosa no tenía nada, tuvo al servicio de sus poderes treinta mujeres que eran esclavas: fregaban pisos, hacían las camas, mientras la bruja, feliz roncaba.

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