Chigüiro se va...

Autor: Ivar Da Coll - Colombia  

Una día Chigüiro hizo cosas que disgustaron a Ata, y Ata se molestó tanto que lo regañó.

Entonces Chigüiro le dijo:

– Me voy lejos, a donde nadie me regañe.

Tomó sus cosas, las metió entre una bolsa, y se fue sin decir nada más.

Caminó, caminó y caminó hasta que llegó a la casa de Vaca.

– Hola, Vaca –le dijo.

– Hola, Chigüiro –le contestó Vaca. Vaca estaba cortando flores y Chigüiro quiso ayudarle.

Cortaron margaritas, rosas, azucenas, hortensias y claveles. Después Chigüiro le dijo:

– ¡Qué bien se está a tu lado! Tú no me regañas como Ata. ¿Podría quedarme contigo?

– Está bien –contestó Vaca.

– Pero tengo hambre, mucha hambre –dijo Chigüiro.

Entonces Vaca, que también tenía hambre, hizo una tortilla de hierba que a Chigüiro le pareció horrible.

– ¡Qué fea está! Prefiero la tortilla de queso que prepara Ata. ¿Podrías hacerme una tortilla de queso?

Pero Vaca no sabía hacer tortillas de queso, así que Chigüiro le dijo:

– Me voy lejos, a donde me den tortilla de queso.

Y Chigüiro se fue sin decir nada más.

Caminó, caminó y caminó hasta que llegó a la casa de Tortuga.

– Hola, Tortuga –le dijo Chigüiro.

– Hola, Chigüiro –contestó ella.

Tortuga tenía puesto un sombrero de paja y estaba tomando limonada y comiendo hojitas de lechuga fresca mojadas en vinagreta.

Entonces invitó a Chigüiro a sentarse y le sirvió limonada y lechuga.

Después de un rato, Chigüiro le dijo:

– ¡Qué bien se está a tu lado! Tú no me regañas como Ata y no comes cosas horribles como Vaca. ¿Podría quedarme contigo?

– Está bien –contestó Tortuga.

– Pero quiero escuchar un cuento. ¿Podrías contarme uno?

Tortuga se acomodó y comenzó la historia:

– Había una vez... había una vez... había una vez... ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! No me acuerdo bien... –decía mientras bostezaba–. Había una vez, había una vez...

Entonces Chigüiro le dijo:

– Tú no sabes contar historias como las que cuenta Ata. Me voy lejos, a donde sepan contar cuentos.

Y Chigüiro se fue sin decir nada más.

Caminó, caminó y caminó hasta que llegó a casa de Tío Oso, que estaba meciéndose en su hamaca.

– Hola, Tío Oso –dijo Chigüiro.

– Hola, Chigüiro –le contestó. Tío Oso estaba rascándose la panza y comiendo miel de un jarro.

Tío Oso invitó a Chigüiro a que se subiera a la hamaca y le contó un cuento tras otro.

Entonces Chigüiro le dijo:

– ¡Qué bien se está a tu lado, Tío Oso! Tú no me regañas como Ata, no comes cosas horribles como

Vaca y no se te olvidan los cuentos como a Tortuga.

¿Podría quedarme contigo?

– Está bien –contestó Tío Oso.

– Pero tengo sueño y estoy cansado porque he caminado mucho –dijo Chigüiro.

Se subió a la hamaca, pero era muy pequeña para los dos. Los bigotes de Tío Oso le hacían cosquillas y

sus ronquidos no lo dejaban dormir.

Entonces Chigüiro le dijo:

– Tu hamaca es muy incómoda; no es como la cama de Ata. Me voy lejos, a donde tengan camas cómodas.

Cuando Tío Oso vio que Chigüiro se marchaba, le dijo:

– La casa que buscas está cerca de aquí. Vete por ese camino y la encontrarás.

Y Chigüiro hizo tal cual le decía Tío Oso.

Caminó, caminó y caminó hasta que llegó a una casa. Llamó a la puerta y... ¿quién le abrió? ¡Pues Ata!

¡Nadie más y nadie menos que Ata!

– Hola, señora –dijo Chigüiro.

– Hola, señor –contestó Ata.

Ata estaba haciendo una tortilla de queso e invitó a Chigüiro a comer. Luego le contó una historia y otra, y otra, y después lo acostó en su cama, que era calientita y blanda.

Entonces Chigüiro le dijo:

– ¡Qué bien se está a tu lado, Ata! Cocinas delicioso... Sabes contar historias... Y tu cama es calientita... ¿podría quedarme contigo?

– ¡Claro que puedes! –le respondió Ata.

Y besando a Chigüiro, lo cubrió con las cobijas y lo acompañó hasta que se quedó profundamente dormido.

n su juventud.

 
 
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